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20/1/23

Tronidos del trueno

 

Mientras la antropofagia de los vientos deglutían el sol, cada menoscabo, cada vínculo, deshacía los horizontes. Al preferir la osadía de los vientos, al pertrecharla, al escatimarla, al ceder cada precipitoso desmán, rugían entre alturas las misericordias cruciales.

Sin embargo, ese frenesí aturde verborragias tan veloces siendo tronidos de los relámpagos acuciantes; siendo desmán, siendo agnosticismo, siendo plegaria de una sequedad continua. Pero, llueve; pero lagrimean los soles un mundo cuyo cielo partido derrama tronidos holocáusticos.

Sin embargo, la eficacia asiduaba refranes de corduras en aquella bóveda ya gris, ya pulsante, ya agujereada. Porque estaba partida, por el trueno, por el relampagueo, por esa furia de dioses desacatándose bajo el frenesí de un infierno celeste. Y sus precipitaciones, y sus estertores, y sus afrentas, colmaban las patibularias emanaciones con somníferas decapitaciones del cielo inclemente.

Miré hacia un lado, miré hacia otro. Miré el suelo, tan desalmado como el cielo; tan sediento, mientras los tronidos del trueno continúan partiéndolo.

Oí el silabeo de deidades ya muertas ante la pasividad de un cielo ya muerto por los truenos. Y, así, comienza la tormenta, y, así, se inicia el estupor. Y, así, se eriza cada tronido contra las pululaciones de una bóveda nefasta.

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