Afluencias silenciadas sucedían impávidas;
sus recodos, sus versatilidades, comían la huella del colmillo mellado.
Así, partía un minúsculo insecto su desafuero,
así, derrotaba su pusilanimidad una muela dentada,
una muela mordiendo penínsulas de misterios urdidos.
Y la calma, y el gozo, residían en austeras molientes de altibajos impúdicos.
No cercena la continuidad, cercena el enjambre,
cuya abeja, cuyas mieles, derraman el pudor de sofisticadas albas iracundas.
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