Un desquite alado penumbra durante ocasos de inquietas orillas del mar vivo. Sus remanencias vejan horizontales argumentaciones, y desalinean, y esgrimen, y coartan la médula de ufanas treguas.
Creo converger ante esa orilla, ante ese ocaso durante sus ambigüedades. Creo, es más, estimo aislar póstumos ardides en los océanos vivos. No temo ahogarme; sino naufragar entre respiraciones bajo sus aguas paradigmáticas y medidas con el bastón de crepitantes hierros. Sus artilugios remansan las bajas profundidades del mar de cada arbusto columpiando solamente hasta su muerte sobre la orilla. Y su columna, cada vértebra, rotunda emana petulancias de un ocaso sin aurora. De un ocaso sin aurora ni luna: de un ocaso despierto.
Un desquite alado alumbra durante las auroras de planeaciones donde cada vulgar mérito retribuye arcanas antagonías. Sus luces difaman peculiaridades sobre el mar de los muertos. Sobre el mar de quietudes fueguinas e iluminadas. Y hacho, durmiendo, cortezas de aguas hirviendo.
Creo disgregar ante esa orilla, ante esa aurora durante sus iluminaciones. Creo, es decir, acudo al mar de los muertos aunque tema morir. Aunque cada exhalación tan solo emanase fuegos curvilíneos. Temo hervirme, quemarme en sus aguas. Temo su discordia, temo su frenesí; temo ambivalencias refugiándose donde cada metícula anuda cordones de acero derritiéndose. Y, al devenir la aurora, y, al congregarse cada sol con su claro despunte, creo evaporarme, morir, hundirme bajo la caótica mirada de un universo sin tallo ni raíz. Ni lengua, ni diafragma, ni tierra; solamente una orilla persignándose soledad visible, aunque tenaz, aunque vaga, aunque firme.
A pesar de vislumbrar un ocaso, una aurora, una luna, un sol. A pesar de inquietar cada ilusión siendo fiel déspota de artilugios indómitos, veo, durante cada emergencia, el filo de esa extravagancia reinando menoscabos de aguas, también de fuegos, pero no de desaliños.
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