El subsuelo rechina
hormigones gaseosos.
Caras de diamantes
sigilan marchas despavoridas,
luces oscuras sosiegan
mascullantes vértebras,
demoliciones auténticas
desmoldan los féretros.
El subsuelo bulle
conflictos sangrando.
Rostros convincentes
calculan su ceguedad,
perimetrales olvidos
redundan asiduos,
sanas vertientes tienden
botines palaciegos.
Pero atendí al subsuelo;
su gemido, su
fluorescencia, su despido.
Atendí al subsuelo,
aunque plegando mortandades de murmuraciones profundas.
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