Prefería candentes
disertaciones.
El mamífero rondaba,
el tedio por desarmar un
anquilosamiento,
el sopor terco,
raquítico, antepuesto y victimario.
Cada estupefacta
detonación agriaba monosílabos ahuecando desenvolturas;
cada fría explosión
perecía con decadentes dédalos sobre las orillas de un descompuesto
cielo amortiguado,
deshecho;
ansiando morir entre
esculturas desarticuladas durante los vientos de las composturas.
Y, mientras,
el mamífero rondaba,
abría su boca, lamía
cortezas haciéndose único su colmillo aguaceramente perpetuo.
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