Demoré frenéticos
insomnios
para conocer las
tempestades;
para rehacer epígrafes
discontinuos;
para horadar, para
crepuscular,
aquel pertinaz diamante
decisivo esculturado y permanente.
Venideros siglos podrán
constatarme iluso,
débil, inocente aunque
severo.
Constatarán milenios de
búsqueda, infinitud de imaginerías prontas al destierro;
aunque no, aunque jamás,
símbolos tardíos, al ofrecerme,
ese azar quebrado, un
segundo en el talismán descubierto.
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