Cae una señal
desprevenida de auges.
Su aliciente magnifica
restauraciones ovales;
su melaza repite
circunvalaciones esmeradas,
y, ante la caída, sana
la fruición.
Señales cóncavas
aseveran ritmosos vientos y convexos títeres:
una mano reitera el sitio
de peregrinaciones austeras,
y, sus dedos y uñas,
abrazan la división cayendo sobre los ángulos de las
incertidumbres.
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