Ante paradigmas
beneméritos, se recluía la razón bajo espesas máculas mortecinas.
Ante los buscadores de la verdad, de la última muerte.
Había un hombre de pie y
quieto. Y hasta que otro se le acercó, no recurrió a rebusques
cosmológicos. Cuando el segundo hombre le preguntó qué aguardaba,
el primero sostuvo que esperara detrás de él.
No replicó. No cuestionó
jamás su integridad. En cambio, arguyó estar impedido para
entumecerse infinitamente. Entonces, el primero dijo que aguardaba la
muerte. Prontamente llegó otro y, tras preguntar, concluyó de la
misma forma que el segundo.
Aquel hombre, el primero,
respondió durante consejos que reprimían su decisión. Sin embargo,
la sostuvo; mantuvo una opción eficaz y atronadora: esperaba su
muerte para conocer la única realidad al ser eterna y prescindir de
limitaciones.
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