Retumbaba ese sonido dentro
del hueco de mis tímpanos. Declaraba ser fiel, aunque desigual, y mortífero,
aunque indispensable.
Durante esos tiempos, cuando
estuve anquilosado, inactivo, desarrollaba representaciones vanas: cuerpos
airados compilándose dentro de un letrero. Durante esos tiempos, cuando estuve
ensimismado, adoraba el silencio hasta que devino, sin contenerse, hasta que se
instaló –él mismo- en cada tímpano.
Supe existir. Temí.
Experimenté cada diferente sonido aplicándose en las plataformas de cada oído.
Aislé el pavor. Resumí aventurarme, y, el murmullo, aquel canto, se retiró.
Así, no soporté las sorpresas,
ni el mundo de las longevidades ni mi tiempo. Así, ya sin sonido, tumbé una
piedra, hallé una fosa; y, al arrojarme, la inactividad espantó toda oición.
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