Apreciaba objetos durante su
quietud. Y, ya dentro de la sala, una vara, desde el suelo hasta el techo,
hincaba valores de contritos despiertes.
Ya lo había decidido; ya
añoraba que me atasen a esa vara que podía girar velozmente. Y lo hicieron:
durante aquellos momentos me mimeticé con la vara; hasta cuando giró, hasta
cuando rápidamente perdí ciertos aspectos de mi rutilante ensimismamiento para
intentar ver lo quieto.
Giraba. Giraba yo, y giraba la
vara. Fuimos un mismo elemento repitiendo el goce de lo osado e inquisidor. De
lo intrépido, de lo vertiginoso.
Giró, y durante esos instantes
abrí los ojos. Y vi la sala, y observé cada objeto, durante su quietud, durante
un colapso eternamente inmuto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario