Del terrario pende magia sobre
los algoritmos de la razón. Por estar encerrada entre vidrios; por verterse
hacia el mundo singular, su tierra demuele callada aunque dentada.
Antes de quebrarse, en el
terrario convivía una superficie cuyas grietas eran sus venas. Semejaba
cinturones de estalactitas partiendo al único corazón terroso existiendo ahí.
Ahí donde se presagiaba un desarrollo, ahí donde se auguraba un desplazamiento
más allá del perímetro rectangular.
Y el terrario se cayó, y se
rompió, y sus vidrios ya idos permitieron el auge de la superficie, su infinita
extensión.
Desde entonces toda superficie
tiene sus venas. Perceptibles o no, dotan con bríos insubestimables a esa
membrana alternando suposiciones con querencias. Desde entonces, y desde
siempre, se coteja una superficie viva, respirando este mismo aire.
Entonces sé, entonces puedo
aseverar, que esa misma superficie sostiene –decidiendo dónde presentarlos- los
varios horizontes. A través de pronunciables distancias se ven, aunque jamás se
alcancen, aunque nunca sean apropiados, sobre la membrana al menos son
visibles.
Dirán que su sangre lo hace
posible. Que metas incorpóreas resumen gratitudes evidenciando límites, que
desquites mortíferos proliferan siendo meras apariencias. Lo dirán, aunque no, lejano
horizonte como el mismo suelo respirando.
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