Vacío; tan respetable por
evasivo es el desierto, así el océano. Al recrearlos, al identificarlos, al
morderlos con el mortecino diente de la conceptualización, se detienen para
caer y suspenderse sobre la avenida sin nombre de los vanos trayectos.
Consumen días arbitrando su
despotismo tanto el desierto como el mar. Rumian tenaces las veredas de lo
recóndito y asfixiante; lo insuperable, lo aleccionador e intimidante: lo
perpetuo.
En un solo día se verán gotear
multitudes sobre aguas, ya venidas corriendo desde el desierto, hasta colapsar
innúmeras valentías de cuerpos decrepitándose tras revelarse finitos. Aquellos
mantos de agua atraerán serpenteando multitudes; aquellos arenales sedientos
harán crepitar con fuego de moribundo cordón inequívoco a los hombres, al
ejercitar, al verterse y platicar acerca de un mismo concepto polarizado.
Pero no todo fue apreciado por
los ojos de fieles sin creencias. No fue vista la gruta. Entonces, mientras la
nieve continúa cayendo, se eleva ascendiendo místicamente hasta poder ser
nombrada. Hasta poder ser titulada, tal vez en semejanza con otro sitio, hasta
poder ser conceptualizada siendo carbón blanco.
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