Tendrán sitio al ocupar aquel
mundo terrenal. Descenderán los dioses hasta la tierra haciéndose mundanos,
aclimatándose se aferrarán a un supuesto centro, una órbita, para declararse
hegemonía siempre dispuesta.
Tendrán sitio los dioses
celestes, aunque también así los hombres, los moradores del planeta. Tendrán su
espacio, sí, pero será en el infierno, bajo toda superficie clarividente; y los
demonios irán hasta las alturas. Conservarán, dominarán impíamente a quienes
hacia ellos fuesen. Y, de este modo, ocurrirá un desplazamiento, una sucesión
de establecimientos quietos, mudos, quejosos y longevos.
Sucederá cuando sobre montes
de sacrificios reinasen turbas marchas con la tez de cada seguidor. Sucederá
con o sin tronos; pese a que con vértigo, con la verborragia divina de quien
siendo numen espantara niveles de visiones, de miramientos, se cosechas y
plantaciones.
La tregua devendrá y aquellos
humanos aprenderán a caminar sobre lava; aquellos demonios existirán con coros
beatos y distinguidos; y los dioses, la celestial comuna indivisible, revivirán
miles de vulgares agasajos sobre su tierra ya enjuiciada.
Pero ellos lo desearon, los
dioses hubieron realizado sus deseos al descender. Aunque hasta ese mundo, esa
tierra, y no, jamás, bajo volcanes de ardientes candencias solapándose
auríferas rupturas.
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