Miraba los cielos como si tuviere
hoyos amaneciendo. Aquel pájaro estimaba las alturas preciándose de
insectívoro, de rufián; de vueltas circunspectas donde reinasen plañiderías atrapándolo
por distraído.
Volaba al lado del resto hasta
que se fugó, hasta que huyó hacia arriba. Nadie había oído acerca de su nuevo
destino. Las distancias podrían parecer desatenuadas aunque librasen estigmas
de carbones subrayantes. Y volaba hacia ahí, volaba hacia las fronteras
indivisas utopizando franquearlas cuando arribara.
El resto se había cuestionado
por qué se escapaba, por qué huía. El resto hacía suposiciones para reconocer
cuál había sido el motivo de su desobediencia, de su variación. El ave, en
cambio, se lo reservaba, se lo ocultaba hasta a los siderales vientos sobre las
cumbres preguntando.
Pero el pájaro sobrevolaba
acordes triunfales, trepándose en las nubes con profundidades sobre las mismas alturas.
Y el pájaro trinó, y dijo, silenciosamente, saber rebelarse ignorando su
objetivo.
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