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18/6/16

Agujero

El hoyo crece, hasta esa persistencia es voraz. Si arriesgo mi entero cuerpo dentro, no juzgaría cada uno de los razonamientos siendo certero, aplicable e insustituto. La inclinación del abdomen platica con la continuidad de su crecimiento mientras sucedáneos prejuicios atienden ante sofisticados subterfugios.
Podría entrar. Metiéndome dentro del agujero podría ver desde esa otra parte, hasta fingir, hasta discernir cuán carnívora y demolicionante resulta. Aunque recién haya ingresado un brazo, supongo que la plenitud corporal adjunta cierta desaparición; cierto desvanecimiento, cierto final a mi existencia.
Y no lo prometo, y no lo radico, y no lo creo, creyendo en cambio ir hacia otro sitio. Otro destino quizás, otro puerto tal vez. Entonces extiendo mi mano, la punta de cada dedo hacia los contornos del hoyo.
Intentando palparme, el movimiento asfixia dilataciones por resolverse sorpresivas e impredecibles. Justifica todo adorno, todo percance, toda crítica. Intentando tocar mi hombro, había inclinado el cuerpo sobre el agujero, y había caído –sin estrépito- hasta desaparecer.
Desde entonces no sé adónde he ido, adónde he viajado, partido. Desde entonces los rasgos de las siluetas se disuelven en mares de frenesí por lo ignoto, lo desconocido. Y solo los recuerdos demuestran cómo ha sido aquella habitación, la que tenía el agujero hacia el vacío. Aquella, la última, la caratulada por mi verdugo sabiéndome curioso, desobediente y condenado.

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