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27/2/16

Mensaje

Volaba sobre un estanque, aguardando proliferar su mensaje, el ave. Ensimismado, colorificaba aguas cediéndoles agudezas de constipadas travesías y, ante la vista de los peces, inclinó sus garras poseedoras de la carta.
Cayendo desde las alturas evidenciales el mensaje no sufrió impacto alguno cuando se hundió. Como si las aguas supieran, moderaron el insípido objeto hasta apropiárselo, hasta decapitarlo y hacerlo víctima de una solidarización oculta, recurrente y sagaz: ese líquido brumoso se lo otorgaba a los peces siendo alimento.
Así, así de endiosado y crepitante, balbució, su lengua, un mensaje inapropiado para ellos. Ya se había convertido en peces, ya se había refugiado en innúmeros percances traídos con gotas de sed de gritos. Los peces, el unívoco comunicado, eran mensajes que vociferaron planimetrías de tajos de algún desconocido verdín; los peces, aquellos animales dentro del estanque conviviendo, ignoraban hacia dónde iría la carta ya asimilada.
Entonces, cuando la noche clareó nubes desposeídas y días turbios sin antorchas en mano, la pericia del abandono abanicó sin tremulez sonidos incompasivos: el estanque, el agua, siguieron sin tacto.
El ave jamás retornó al estanque. El mensaje nunca halló su debido destinatario para poder comunicarle la urgente necesidad de alimentar a los peces. Los animales del agua lo supieron, el ave no; y ya en los jardines del entorno los propietarios trinaban alejando los pájaros. Los dispersaron más y más, más hasta irse, fugándose hacia otros vecindarios proclives a arrojarlos a los estanques.

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