Parto hacia ritmos de añejas
dubitaciones. Los elixires de cónclaves, los diagramas de las rutinas y los
serafines del tedio enfatizan mis idas. Cabría especular entre conceptos
paganos determinándose azarosos mientras mi piel se sutura ante la
indisposición del andar.
Siempre ansiaba descorrer las
calles; siempre añoraba correligionarme frente a ese tímido orden instaurado
que petrificándome velaba durante días y noches sobre la neutralidad de
existires. Planeaba rumbos desorbitantes mientras los pasos seguían, mientras
los arbitrios de mis pesadumbres deshacían inmisericordes las páginas que daría
a esos grupos secretos hallándolos milesimales. Ante cada recorrer, una herida
de la ciudad hervía bajo construcciones sin otro antídoto que la desaparición.
Pero mis vistas, mis observancias hacia aquellas grietas ficcionales
desterraban clarividencias de un mundo pronto a dejarme; su tallo decidía no
elevarse en edificios de un solo jardín desesperado.
Cuando caminaba hacia los
cónclaves aguardándome, salía sin resquicio ni perpetuidad alguna más que la de
añares de sus conocimientos. Bajo y entre cada pluralidad de ingratas
bienvenidas donaba antorchas de hielo que helaban pergaminos de reyes
continuos. Vertía fuegos hacia instalaciones perecederas, hacia costumbres de
un mundo precaviéndose no debatir contra aquellos secretos conocimientos de
tierras descoloridas. Sabía cantar, sabía gritar y hasta recitar proféticas
deserciones de quienes se arrojaban al río las mismas veces que se arropaban
hasta endiosarse. Pero supe callar, caminar y erigir diatribas consolantes.
Supe de las quimeras; supe de tratos polifórmicos inauditos acerca de ocultarme
y retroceder, aunque jamás cediera contra dignidades del parapeto monosilábico
aturdiendo tímpanos resonando cláustricos. Y a mitad de viaje noté que las
puertas se abrían; que todas las puertas eran una puerta. Tenaz, fóbico, ese
umbral me depararía, me alojaría dentro rematando satisfacciones de otros hasta
volverme quien era.
Ya es tiempo, ya es la hora de
partir. Aunque partiendo retornase hasta donde he comenzado. Ya las horas
devuelven temporalidades raídas por otras sucesiones, tiempos que no alcanzo,
tiempos que no veo. Ya, sabiendo sobre aquellos grupos; ya regresando y soñando
haber participado, elevo ansias hacia un Dios recurrente, el mío, sin oídos ni
voz. Y, lentamente, asciendo escalinatas hacia mi pensión para borrarme, para
volverme papel y no letra de la eternidad que cónclaves auguran, aseveran y
enseñan. Asciendo paso a paso hasta mi habitación opaca, hasta la residencia de
un caminante y díscolo contemplador.
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