Quien no se atreva a saberse
con inquietud, nunca hallará los páramos de los torbellinos. Un huracán vierte
su encono mediante cifras de otros órdenes sapientes; otro orden matemático
incalculable y erudito, misógino y atroz.
Ante las claroscuridades de
los días, se pergeña la salud de los vientos, los malsignos de lo oculto y las
tentativas de las arbitrariedades. Aquellos que atraviesan volcanes; aquellos
que sin temer doman a la parca, serán movedizas personas envolviéndose en
sitiales con mellas autoritarias. Pero decae su música desde los revuelos inconmensurables
llevándolos a atrevidas circunstancias. Son atraídos por infames artilugios
donde la nada los conserva hasta sus próximos días lejanos al sol. Son
conducidos por miasmas de encantos subterráneos y subidos a la carpa de los
tiempos. Y jamás se ve en ellos a las bacterias de lo inútil, o intrascendente.
Alejado, distante, uno aprecia
la luz. Otro la oscuridad. Y, durante los mismos atractivos, sus serenas
ideologías revuelven al caótico torbellino conduciéndolos hasta un completo
conocimiento de sus varias ideas.
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