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14/8/14

El ritual

Los ligustros ocultaban el yacido cuerpo de quien ordenara desafíos. Creían en que nadie lo advertiría, ni nadie lo ayudaría; excepto los que aún ostentaban amenazarlo.
Sobre su descompuesto cuerpo se reiteraban riñas con adoquines, y se preveían luchas de arena. La maleza ocultaba al último victimario de ofensivos altibajos arruinando las pieles de sus allegados. El cuerpo resplandecía, el cuerpo brillaba y trinaba cuando lo descubrían. Todavía podía ser útil, porque podía ser campo de batalla para quienes desearan combatir. Y se agrupaban, se erguían y disponían a batalla sobre él todos quienes querían desafiar.
Los cuerpos caían, nadie los retiraba. Se formó una cresta sobre él, una ola que desesperaba llantos de crueles finales. Y, al término de los arrebatos, se perpetuaba como saludo un desafío hacia él.
Muertos sobre un muerto, los desafiantes continuaban un ritual, un mito, un símbolo: la caída de la maldad en cuerpo achicharrado por esponjas de sangre.

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