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24/4/14

De ceniza

Aquellas cenizas hechas hombre esperan al viento para deshacerse. Aquel polvo, aquel hombre, aguardan la muerte mientras una brisa recorre su banco de plaza, su último sitio. E, inmuto, él ve todo su cuerpo de polvo estancado y sin movimiento alguno.
Mientras el viento recorre los alrededores, nada lo perturba, nada lo desaquieta. Este hombre cuenta las sílabas de los pétalos, y observa las raíces de las nubes. Ve lo que está más allá de todo ventarral, de toda consecución a su existencia; pero, por lo bajo, las caídas hojas le demuestran con frenesí los próximos destinos hasta suspenderlas en los exiliares vientos. Y pronto comienzan a deshacerse sus piernas, su abdomen y su cabeza. El se deshace, y junto suyo los árboles con un fin irreversible.
Pero no muere, no decae su cuerpo ni se decoran sus vidas más que con una multiplicación. El cuerpo de ceniza vuela, y se disgrega, se separa y se detiene. Ya no esperará otros vientos, sino la aspereza de las lluvias hundiéndolo en los parques donde cada partícula desea ser disgregada.

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