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20/3/14

Destellos

Cuando mirás de frente un sortilegio, las arrugas se ensanchan. Son patines sobre un hielo nauseabundo las claras prominencias de los sitios, y pedales sin ruedas los boquiabiertos espacios donde todo es vacío.
Creías avanzar, aunque deteniéndote, las flatulencias de lo circunspecto se derramasen para dejarte un impacto inaudito. Avanzar, avanzar. Mientras veas los objetos de este mundo ordenado, sobresaliente, alineado, verás la falacia de un mundo con sus sombras. Pero creíste mirar un elefante ante cada traspiés, supiste atravesar las dicotomías de tus caídas y ya te elevás sobre los animales. Hay un claro, y hay sombras; pero siempre que se decaigan no habrá más fenómenos físicos que los fuegos de la clarividencia intacta e imperturbable.
Han pasado años, décadas y siglos, y los animales sueltos te animan, te dan sus bríos, y, en más de un caso, te demuestran entre sombras que más vale ver el insomne vacío y no las murallas de lo descompuesto.

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