Desde que he despertado, las
milésimas del mundo se me ofrecieron. Detengo las miríadas de objetos que a mi
alrededor me ofuscan. Seré contrito, menguante y párvulo en los detalles que
veo.
Las cicatrices de los monos
son abismos móviles donde caminando me aferro. Doy un salto y atravieso los
árboles. Las ramas se me aparecen divididas, y este entorno selvático no es más
que una ilusión de mi despertar. Veo de cerca lo que a lo lejos se me ofrece.
Soy cauto en los detalles: los veo todos. Y por más razones que me obliguen a
dormir de vuelta y despertar luego, seré consciente de que el espectáculo por
delante abisma coherencias de mundos decapitados una y otra vez. Una y otra vez
se multiplican dividiéndose hasta cortar cada penumbra mediante lo que por detrás
se refleja.
Camino hacia acá, camino hacia
allá; un mundo se objetos se disuelve en mis manos que intentan restablecerlo nuevamente.
Los tigres tienen sus rayas, pero las veo multiplicándose hasta ver en sus vísceras
millones de venas insuflando ese color sangre despierto ante mis movimientos.
Y veo la noche que veré
siempre, aunque su oscuridad sea tapada por nubes en guardia destructoras. Y
veré las noches que dormido desintegrarán este cuerpo hasta irse.
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