Sufro de inquietantes
sobrestimas aduciéndome utópico. Una de ellas me conduce hacia la misantropía
más ufanada, salir de la caverna en que me hallo. Y las otras, me reducen a un
inclemente buscador de encierros premeditados.
Solía asistirme una luz
incidiendo desde un hueco en las alturas. Pero pronto me desganó: ofrecerme
dócil y sin ventura alguna conlleva a los refugios. Así que practiqué las
desveladas configuraciones de quienes conjeturan entre tinieblas, los sabios,
los eruditos.
Caí por debajo de la caverna,
entre su opaca oscuridad, cuando ha sido oportuno. Pero no graciable por mí,
sino por las herramientas inteligibles de los mausoleos situados ante la
configuración de núcleos de vandálicos desmanes. Y desde ese entonces, desde
que recuerdo haber caído y volcado toda espera en salir, no he hecho más que
aproximarme a las innúmeras torturas de esos helados filos cayendo y
enlazándose a mi cuerpo.
Recuerdos profusos engendran
mis pasatiempos; los imploran, los conducen hacia las rutinas de mi despertar.
Y no me opongo. Jamás saldré de estas tumbas donde siquiera los muertos mueren
a su luz.
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