Todos los objetos eran
hallados en los recodos móviles. Todo era ahí encontrado, ahí identificado y de
ahí expulsado hacia los espacios útiles; todo, hasta que los espacios habían
cobrado vida propia.
Ninguno dejaba los objetos en
los recodos de las habitaciones, pero estos –pendiendo- caían hacia los ángulos
donde se podían obtener. Se mezclaban, se disgregaban y hasta se obtenían con
sigilosas búsquedas. Es que al ufanarse detrás de ellos, los recodos con sus
aristas y vértices se movían impidiéndolo. Pero luego de varios trajines los
obtenían, los agarraban y se los llevaban para emplearlos. Cada uno de estos
objetos no sufría daño alguno, ni quedaba imposibilitado para su uso ni se
quebraba para su pronta reparación. Y los ángulos vivos siguieron desafiando la
calma rutina de los empleadores sujetos a marchas vagas.
Pero comprenderán que los
espacios se doblegarán, existirán más allá de los recodos y ocuparán sus
espacios. La plañidería vendrá, la fijeza de utilidades vendrá y lo llano
desplazará a los recodos hasta moverlos, vivientes, en sutil camino hacia la
desolación de sus goces.
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