Solo atravesándolos permiten
los inusitados viajes espaciosos. Es el hoyo, es el timbre de cada uno de sus
agujeros el hueco migratorio. Y ante las partículas de los vacíos, viajo desde acá
hacia allá.
Someto reglas, claudico
detalles; sigo atravesando los espacios por todos los sitios provistos. En los
techos, en las paredes y en los suelos, voy; y –tranquilamente- cambio, varío
los detalles de sus rúbricas haciéndome partícipe.
Caigo desde los altos, y caigo
desde los bajos. Me permito desdibujar los anzuelos de peces sin hambre apenas para
castigarlos dándoles cientos de pesares por dónde ir. Y ando, muevo cada
tentáculo de mi organismo humano sabiéndome claustro frente a litigios de
antropologías deshuesadas.
Y veré, sabré que ante cada
vano, una puerta se cerrará, se impermeabilizarán los agujeros y quedaré. Este
llano no es atravesable, sino ocupable; y estos antojos de ir viajando se
muelen junto a dientes de ningún huerto vocal insinuándose permisible.