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7/3/13

Concatenación


La naturaleza cobija razones donde ni una diminuta opinión es causa. Nada exaspera, nada retrotrae hacia los horizontes de las voces. Es efervescente y sin mácula alguna cuyas vibraciones comparten un leve revuelo de anatomías minúsculas.
A veces hay quien la vea, otras no; pero sus tallos se adueñan de agua mientras el aguacero lo permite. Hoja que vuelan, que caen, que seducen son partes de un todo causal dado por un efecto hacia las molicies de las rigideces. Los álamos van y vienen mientras observan polen en insectos. Estos dominan los campos y disminuyen horizontes donde un lago predispone su orilla para naufragar con cola de reptil. Hay animales, y hay vegetación donde penden las ramas de un sauce donde mi cuerpo doy y caigo.
Entonces digo, digo y opino. Doy un discurso, lo repito y doy un manifiesto: el seguro dictamen de la univocidad. Digo que jamás entenderán al hombre que conmueve diciendo acerca de las causas y efectos ser un fenómeno externo a dicha concatenación. Y toco una rama, y no sabe de dónde vengo. Toco las hojas, los yuyos y los animales sin cuestionar siquiera cuándo daré fin a mi intromisión despejándolos de esas fenomenologías menores devenidas de los vegetales.
Pero la rama dice que no soy otro. Que no estoy afuera de la cadena causal y que jamás finalizarán mis causas de olvidarse. Doy un grito, callo, me sé por afuera de cualquier inhibición y principio. Porque soy el inicio, aunque contradigas, soy aquel que subyuga matices mermándome en sutil efecto, un campesino de los cuestionares.
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