Van y vienen esos
animales cercando el maderamen hasta
rozarlo. Lo miran, lo observan hasta medirlo cruel estadio donde yacer. Y los
efluvios de cada acercamiento, funden las expoliaciones de quien los cuida.
Pero habían comido, y dormido;
habían estado intactos sobre éste y nada pudo remediarlo. Miraban de reojo el
yugo viendo asimismo la cuota de hierro accidentalmente dejado. Y las osamentas
de los anteriores, animales sin tregua ni osadía alguna, los arrebató.
Vienen, van: esos animales
deshacen los destierros hasta coaligarlos despóticos ante la madera. Esos
animales saben, mirando y observando, que nunca podrán escaparse, abrir
senderos donde tal vez la mínima razón de sus antojos se arremete y los
asfixia.
Pero fueron atentos, sus
densos caminares premeditaron una fuga que los depararía en montes ante lagos
entre la densa oscuridad merodeándolos. Y, sin frotarse frente a aquel hierro,
ante sus filos y demandas, se fueron y libertaron sus muertes.