Hay ley para quien con espada
en mano sepa atravesar los campos con velocidad. Hay una ley para él, y otra
para quien con manuscrito dicte la orden. Ambos alzarán su acuerdo hasta
traspasar la estadía de los buitres.
Ya recibe el mandato, ya
establece un pacto de sangre con su superior. Ya eleva la espada, ya ve los
montes quien siendo espadachín consigue derrotar sus silencios de metal contra
hierro. Entonces comienza a correr, a danzar y saltar a través de los campos
hasta ver esos pájaros en los aires. Camina, se detiene y avanza donde los
llanos se lo ofrecen. Camina con recaudo, se detiene contemplador y avanza
dando sigilosos pasos sobre los campos quien solo desenfundada su espada, atina
a vivir más allá del bosque. Allá, donde la espada morará cuando la suelte,
cuando la enfunda y cuando la presente.
Ya los buitres lo han visto
caminando, detenido y avanzando paso por paso donde la espada debiera quedar.
Pero los buitres han descendido, han bajado desde las alturas hasta alcanzarlo
y deshacerlo. Y lo hacen. Porque mientras lo contemplaron, lo analizaron hasta
devorarlo y lo masticaron hasta estudiar sus mínimas partes deshechas. Y lo
siguen haciendo, lo hacen.
Porque ya dicté el mandato, ya
he dado la orden; solo resta ejecutarla, y esto, eso, es lo que harán los
buitres. Los veo ocupados a estos. Lo están mordiendo hasta masticar sus
huesos. Lo veo así, lo sé; tal vez el enemistamiento esté horrorizando su
muerte. Y yo acá, desde el palacio, viendo la obra de mis aves hecha carnívora.