Sé desde dónde venís ocultando
las primeras frases para tu esoterismo terco. Sé en dónde te ubicarás
sabiéndote huérfano de meras pláticas. Sé de tus apariciones, de tus crueles desenlaces
y de cada arbitraria pena coagulándose entre peripecias de tu nauseabunda
comunicabilidad.
Con cada rito de palabras
desenfrenadas, con cada preeminencia y cada resorte fidedigno, te sé eficaz.
Devienen desde vos esas consortes de errabundas maledicencias mientras los
mezquinos comunicadores intentan asfixiarte. Y sé de cada rito, de cada medalla
triunfal por el soplo de las voces, urgiendo por merecedora de artilugios
siempre reivindicantes dentro de los procaces silencios cuando tu mural sin
nombres calla. Es una plena comunicación mientras estés dispuesto a
consolarnos, a vernos sin desquites maleando cada resorte de madera oxidada.
Después devenís, opinás y
hasta conjeturás palabreríos sin tregua alguna. Después te pronunciás, te
adelantás y te retirás cuando –hablándolo- sabés acerca de mobiliarios
temiéndote. Y la marea de tu vocerío oceánico tiembla ante llanuras de una sola
y simple voz auxiliando tercas maneras para racionalizar tus silenciales gritos
espasmódicos.
Y no he hablado; mientras se comunicaban,
la comunicación no se pronunciaba a través de ninguno de sus vértices
aclamatorios. Las presencias de cada altitud cedían ante la estridencia de cada
profundidad. Y los aires se desentibiaban al reconocerme elemento animal entre
la voz de un grito haciéndose espada sin agujero que elaborar.