Su trama detuvo hojas
milenarias.
Sostuvo las penínsulas,
maniató las ufanaciones.
Su trama reliquió
síntomas de una palabra divina.
Díscola, imprevisible y
enfática,
solventó emanaciones de
un rezó digno y callado.
Así, perduró el
belicismo;
así, continuó el
declive;
así, y solo así, se
rudimentó la cláusula de un ensueño programado.
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