Ignotos derrumbes
continuaron meditabundos.
La piel del sol inauguró
destellos con un precipitado frenesí;
la tez de la luna conjuró
distracciones en un mundo pleno,
boquiabierto y sumiso.
Cada tesón aligeró el
diamante de las burbujas de los vientos,
y, cada cristalería, el
mausoléico desgaste profanando vértices.
Al abrir la gota, vi sus
siglos;
al cerrarla, oí el grito
de los abismos.
Al abrir y cerrarla,
contemplé el desahucie de toda molicie final.
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