Cuando vaticinios
carbónicos anuncian vanidades,
se despliegan maniatados
síntomas con corduras anquilosadas.
Se comulga la petulancia
bajo miramientos de una vana osadía pululante;
se estiran extremidades
de coyunturales aprietos,
y, entre pliegos de
insanías vacuas,
se opta por un justo
quiebre paralítico.
Desde el fervor de
millonésimas costumbres,
desatan hieráticas
vacuidades las contemplaciones de un vacío aguado,
y, bajo la piel, los
encarnizamientos derrotan plausibles marcas hacia la contextura de
los siglos.
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