La llama ciega un vértice
del claro;
alumbra resquicios de
dudas clarividentes.
La llama muere
desacatando anfitriones sin cauce;
delata, asfixia,
multilaterales conflictos
persuasivos.
Y en el rincón, y en el
atrio,
variedades de cobres
persisten austeros.
Una llama oscurece
tiránicos despojos;
y, bajo su mar,
entretiene sombras hasta la próxima aparición.
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