Nómadas pergeñaban
atravesar los muros estridentes de los adversarios. Por más que no
habitase alguien ahí; por más que imprudentes y cruentos hubieran
desalojado la edificación.
Pero la fortaleza erigía
mantos de un aforismo ilusorio. Detenía mirares, aunque jamás,
aunque nunca, dejasen de observar.
La fortaleza ejecutaba
planimetrías concéntricas derrocando plétoras de un ejército
convaleciente; de un ejercito inmóvil, nulo y rapaz: los muros. Es
que solamente al caminar hacia ella, el grupo de nómadas advirtió
cierta transparencia.
Y la cruzaron caminando,
y la atravesando viendo, en su entorno, inmaterialidades de su
constitución.
Siendo una ilusión,
llegaron al centro donde había una construcción semejante aunque
pequeña.
La vieron; la tocaron; la
movieron y analizaron. Pero ya no temieron por ésta. Ya no
intentaron desafiar su compostura. Sino, decidieron abandonarla bajo
los olvidos de los sedentarios.
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