Condiciones vitalicias
perduran en mi entorno. Accionan pesadumbres paganas; ritos donde los
cristales demuestran conflictos transparentes.
Quieto, las difusas
fisonomías vistas alrededor se revelan pequeñas. Nada magnifica;
nada contiene, sino huéspedes de cuerpos sin venas. Quieto, dentro
del cubo de cristal, se petrifican las antorchas del desentendimiento
surgiendo libres durante las apreciaciones. Y nada se aleja; y nada
se acerca, hasta ver una gran mano.
Ella se aferra al cubo
donde permanezco. Ella lo alza, me alza. Y con precavidos movimientos
me suelta hasta causar un gran estruendo vidrioso.
Aquella mano, aquel
hombre, también residía dentro de un cubo de cristal y, cuando
había impactado mi recinto, asimismo el de él. Ambos parecíamos
ser uno. Un mismo hombre en dos tamaños disímiles.
Ambos fuimos curiosos.
Ambos, equidistantes. Hasta que la marea de los olvidos nos redujo a
una muerte conjunta, aunque temerosamente reiterativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario