Vientos con instinto
volcánico, enseñan. Bajo la bóveda cada movimiento es instrucción;
es aprendizaje, es diurna y nocturna vigía para los fines de las
penurias.
Cuando los aires se
mueven, corrigen a las nubes. Ellas no dirigen su destino: rige el
viento la ruta comprensible. Cuando los aires se mueven, gira, se
adelanta, se cae, cada nube. Y entre ellas, al caducar su querencia
por mantenerse en lo alto, se convierten en neblina.
Los hombres observan.
Miden. Algunos repudian mientras otros veneran. Aunque el deseo de la
niebla -ya sobre los suelos- es enseñar experiencias donde los
vientos se desenfrenan.
La niebla oficia
implementando una ceguera; condición por acumulación dentificada
entre ruedas de un sonido displicente. Ella rodea a los hombres. Ella
crea conflictos. Ella propugna que, durante la ceguedad, hay
videntes, hay ojos dados por el viento reprobando todo
anquilosamiento.
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