Durante términos de
hielo, el hombre caminaba sobre un puente. Había optado por tocar el
hierro, sus cadenas; había elegido ser quien congelase.
Mientras se alejaba de su
ciudad, el hombre gélido, paso a paso, veía claros en el cielo.
Temía una sutil evaporación, un escarnio contra su conducta. Un
velo de calor. Un tapiz de color. Una conclusión. Mientras caminaba
alejándose de su hogar, todo lo tocado se convertía en hielo.
Cuando llegó al otro
extremo del puente, una conferencia de altas temperaturas lo
intimidaron: necesitaban derretir.
Temió por el puente;
temió por ese hierro yendo hacia las aguas. Temió por un castigo
-evaporarse- aunque no lo hizo. Aquel hombre de hielo se había
mimetizado con el hierro, y desde entonces dejó huellas por el
arrastre de sus cadenas.
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