Cápsulas de reverencia
prometen un prolongado letargo. Sinuosas por el brío; clandestinas
por emanaciones; restringidas por el suero; meditabundas por los
engranajes; temerarias por el único sedante, reserva la habitación.
Si ese hombre querría
rellenar su dormitorio con ellas, no cabrían decisiones por invadir.
Si ese hombre ufanase plétoras de vivientes hojas, esas plantas
inundarían prontamente.
El hombre sabrá
atiborrar su lecho con plantas enmacetadas. El sabrá pulimentar a
resguardo cada una de sus flores. El sabrá erigirlas, dotarlas de
semillas que volarán entre telas de una tenue habitación donde
dormirá.
A veces las plantas
deshacían sus quereres de movilidad quedándose en la misma tierra,
para no variar sus ángulos.
El hombre no lo sabía;
la planta sí. El vegetal colmaría todo espacio con sus raíces
asfixiándolo. El hombre no lo notaría, la planta comería a quien
tras ardides volcara las aguas con su póstumo aliento.
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