Arrugas de un sol débil, sometían.
Aquel hombre tal vez fuera el último y, desconocidamente, vivía en
una habitación circular.
Ignorando sus años, nunca había visto
la puerta de la pared. No había observado la abertura, cuando con un
sopor inusitado decidió abrirla. Al atravesar su umbral, se halló
en un pasillo circular rodeando la anterior pieza. Y comenzó a
caminar hasta encontrar otra puerta.
Avanzando abertura tras abertura, vio
innumerables pasillos, todos circulares. Y la póstuma puerta se
abrió. La cruzó. Y se situó en una pieza cuadrada.
Aquel espacio disponía de cuatro
aberturas; una sobre cada pared. Y lo intimidó un océano vespertino
con mareas sin vientos; deteriorando más aún, su magnitud optativa.
Aquel hombre notaba, por su transitar,
ningún ser humano más sobreviviendo. Aquel hombre lloró su pánico;
aquel hombre retiró su viaje y ahí se quedó obturado por sus dudas
hasta morir temiendo los círculos.
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