Longevidades arcanas,
erigieron un grano de arena ejemplificando un hombre, una roca tallada imitando
un hombre y una montaña de roca con forma de hombre. Remotos pasados, optaron
por esas tres obras, esos tres elegidos. Y el rito, sus cúspides para
mantenerse elevadas, reñía, y atraía, sumisiones de líderes estupefactos.
Conformando una línea recta,
atuvieron varios mitos. Conspirándose ajenas, revolvían, retenían y descuidaban
sus destinos; ya que al alinearse y, disponerse con altura impredestinable, lo
establecían por siempre.
Detonando superficies
sublineales, en torno se construían hogares desde el inicio de los movimientos
orbitales. Creían en la comunicación de tres magos que, con tres hechizos elevaran
decisiones sacrificiales. Y hasta creyeron, hasta fundamentaron que esas rocas
representaban, cada una, un hombre y con verosimilitud.
Durante eternidades colapsaron
las comparaciones y, al caer las tres rocas y, al formarse siendo una sola, una
abarcando al resto, vieron un simple hombre horizontalmente.
Las rocas siempre lo fueron,
las rocas siempre significaron, un mero sólido unido.
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