Cuando las noches cubrían los
espacios, los días prometían resignarse. En aquel horizonte, bajo aquel cielo,
y sobre aquella pradera.
Varios habíamos compartido las
sombras producidas, causadas por los árboles y montes. Habíamos designado un tropel
de suficiencia; es que, mientras estábamos bajo ellas, teníamos cuerpo. Cuando
nos refugiábamos bajo las sombras, nuestra corporeidad era vista, era
percibida; aunque por nosotros solamente. Y si íbamos hacia la luz, donde la
claridad apremiaba, no éramos vistos, ni sentidos.
Pero luego, ahora, todo
participa de oscuridades. No hay ni habrá luz. Se ha desterrado; se ha fugado
detrás de las lunas y debajo de las nubes.
Pero luego, desde que nada es
invisible, todos añoramos las luces; donde había tratados silenciosos e
intimidades guarecidas.
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