Había visto, su querer, una
inmóvil pared con su ventana. En el parque la había visto, mientras una horda
de flores acampaba sin estadía previsible sobre la pradera.
Cuando había visto el muro,
exiguo por su abertura, se acercó. Veía las formas, veía las siluetas hasta
conformarse nudo de ovillos precipitadamente suelto aunque con títulos.
Ya cerca, notó cierta
intimidación: la ventana lo miraba a él. El hombre, dubitativo, cuestionó a la
ventana porqué lo observaba. Pero seguidamente, y velozmente, vislumbró una
respuesta.
Aledañas imitaciones
ocurrieron ahí, donde el verde césped arranca insectos, donde un naranjor como
cielo crepuscula una niebla aclimatada. Y, mientras, la desolación y el
silencio fueron palabras de la ventana, dichas con anterioridad a la pregunta.
El hombre se retiró, el muro
cayó. La ventana se deshizo y, clamando vinculaciones, aquel vislumbró esa
pregunta arcana diciéndole que nadie debía verla a través. Que solo
representaría intersecciones del parque detrás, posiblemente.
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