Dos figuras se movían sobre el
fondo de las intersecciones. Presas de un furor enardecible, repetían deseos
perpetuos e imposibles.
Dos figuras se acercaban, se
alejaban; clamaban sus voces interdicciones plausibles. Desde sus reinos habían
acudido, para satisfacer, para estigmatizar, cordones de una enemistad ya
helada.
Dos figuras se acercaron y se
alejaron. Una de aquellas fue el fuego, la otra, el agua.
Dos figuras prefirieron verse,
durante los acechos; y alejarse, repelerse, al repetir un agotamiento sin
triunfos.
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