Viendo lo mismo sobre sí, él
hacía cuestionamientos descifrados por vialidades. Hacía menoscabo de su furia,
de su espera y de sus rechazos; él caminaba continuando un sentido, una
dirección, un sendero, un solo apocalipsis.
Aquel quien por sus manos
intuyera más revelaciones que labores, lo ignoraría. Aquel quien subestimara
cuestiones de aferramientos cósmicos durante la batalla del rocío, anhelaría un
vejamen corporal. Pero él, este hombre, cantó para desprenderse del universo;
de las nubes, estrellas y cielo adosados a su vista.
Es que cuando él caminaba, los
mismos objetos astrales lo perseguían. Sin poder despojarse y siempre viendo lo
mismo, caminó, caminó hasta ufanar otras perspectivas.
Pero el cosmos lo soltó, y él
cayó hacia las profundidades bajo un suelo de vaho crepitante. Y él cayó hacia
lo oculto, hacia lo inenarrable: él cayó, y el cielo declaró seguir abatiendo
impaciencias.
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