Operan, las extremidades, en ciertas
variantes espaciales.
Sería un defecto si no
contribuyera otro vacío a ser ocupado; a ser inserto, oblicuo y pernicioso,
dentro de los ámbitos de los utilitarismos.
Desde el erguimiento de los
cuatro muros, él camina notando los colores, sus colores, los adquiridos por
paredes de prolongada altura. Adivina sus nombres y características. Cree en las
rutinas por adornarlo todo hasta la aparición de un visionario: quien
vislumbrase una experiencia distinta.
Quien vaticinara la existencia
apenas oculta de los colores, admiraría sus extensiones; sus acercamientos y
adueñamientos, sus dones, su escurridiza creencia y plenitud. Entonces, quien
hallara tanto milagro como sorpresa, palparía el otro espacio, la otra
habitación, y el otro recorrido.
Los colores se habían separado
de los muros. Podían verse, palparse, y comprenderse siempre que se aceptase
otra espacialidad conviviendo con quien los descubriera.
Los colores se habían ido para
no regresar. Se habían ido para pertenecer a los vientos, y transitar, sobre
los aires, espacios hasta ocuparlos, transgredirlos y colorificarlos.
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