Entre la mohosa oscuridad,
reina un camino recorrido.
De pie dentro de la
habitación, agarro una vela, y la enciendo; juzgan, su prontitud, someras hojas
de trigo dialogando en los rincones. De pie, doy varios pasos y me apodero de
una llave. Ya frente a la puerta, ya frente al circuito vital de toda
templanza, ya radicándome bajo pétalos de un sol muerto, la abro.
Y cruzo a través del umbral.
Jacto cada ápice sombrío hasta anclarme hambriento a la espera de una mortecina
luz aterrando cuanto pensara.
De pie dentro de la
habitación, cierro la puerta. Nada estorba, nada zahiere el cónclave preciso de
objetos aledaños. De pie, dejo la llave y camino. Recodos auspiciosos,
renglones de un texto herido por la silbante mano que lo sostiene, sugieren que
apague la vela, y la deje sobre el suelo. Lo hago.
En el moho, la oscuridad; y
yo, tentándome a recorrerla repetidamente.
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