Revertía el camino de los
mensajes llegados a su sien. Devolvía cada latir donde se había causado; donde
se había hecho producto de indescifrables comunicados librados a tropel.
Cada uno de los mensajes se
emitía en el entorno. Iba y volvía; yendo desparramaba intacto frenesí
instantáneo que regresando persistía en adoctrinarse bajo sulfuros de bastiones
inservibles. Y si más iban, más volvían, más regresaban atentando volátiles
humos para trepar caudalosos. Es que ese hombre, ése a quien llegaban los
comunicados, estentoreaba algunos mensajes retornando hasta oídos planetarios
con agujerosos silbos. Ese devolvía auténticamente cada frase adjuntada a otra
hasta multiplicar cada sensación -cada rasgo, cada figura- de quienes
vociferaban.
El mero hecho de ser receptor
resultó indispensable elemento para discernirse unilateral, aunque la máxima de
atiborramientos fuese cruel disputa de colmos y pluralismos. Cada emisión, una
detonación; cada retorno, silabarios recreados sobre las máculas invisibles de
las cortesías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario