Demolía precipicios
velozmente. Raudo, esquivaba escombros entre los aires ocupando; entre los
aires marchitando y, soliviantando, mediante una rapidez insólita, verdinegra y
caótica.
Desconocía él si caía o si se
elevaba. Dado el apresuramiento por atravesarlo todo, lo ignoraba al carecer de
referencias. Es decir, dichos apuntes resultaban imposibles de ser notados. Y
él, quien cruzaba hasta sorderas estallándolas con silbidos, procuraba
disponerse rectamente para prohibir ciertos percances durante su trayecto.
Durante longevidades de una
sola vida, él resistía detenerse. Es más, no podía; y sus decires se aquietaban
mientras su movimiento, dueño de los límites, acrecía.
No se unió al descenso. No se
unió al ascenso. Prefirió traspasarlos, entonces, unificándose al vértigo de
inefables conservadurismos insolentes. Y fue un concepto, tan rápido, una idea
el elemento y destino de su carrera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario