Buscaban, querían hallar todos
los pozos existentes. Un grupo de hombres lo deseaba; y por más extenuante que
pareciera la búsqueda, emprendieron la travesía.
Al encontrar uno, todos
arrojaban tierra o cualquier otro elemento cercano para cubrirlo. Los llenaban
con materiales hasta que su cualidad mudaba, hasta que su característica
variaba: ya era superficie plana. Y así buscaban para colmarlos todos, para
hendir la espada de los cubrimientos cortando carótidas en sangrientas
profundidades.
Cuando habían creído hallarlos
todos, una persona les indicó dónde se ubicaba el último. Fueron, atropellaron
refranes y argumentos desde él emitidos. Fueron y, durante su transitar, se
proveyeron de toda la tierra habida. Se acercaron y arrojaron todos los
materiales obtenidos. El agujero persistió, la llama de las profundidades no se
agotó.
Entonces dedujeron que no era
un pozo. Concluyeron que en cambio era un camino, un sendero hacia el interior
oculto.
Tendidos con sogas aún
descienden y sus ansias, sus deseos de respuesta aún continúan; el porqué de
tanta búsqueda parece tener como fin una senda ilimitada.
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