Retornos augurados hacían del
volcán un crepuscular infinito. Demasiadas veces regresaban; demasiadas veces
volvían al centro mismo.
Entre ignotos recuerdos ha
leído mi memoria acerca de un volcán conteniendo seres humanos hasta
expulsarlos durante su erupción. Eran seres ardientes, y de suma obediencia
ante las explosiones lacerando cada alma en ellos intacta. Sin lava en su interior,
aquel fenómeno expelía a aquellos sobre los bosques del entorno. Y, al carecer
de fuego, no los incendiaban; sino retorcían una y otra vez hasta colmarlos con
ciertos destrozos.
Algunos morían mientras otros,
de pie, retornaban hacia el volcán para ser expulsados nuevamente cuando él coartara;
cuando él dijera cuanto brote daría clemente humanidad transitando desde su
próxima erupción causante.
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